Rinconcito del tiempo

Para viajar en el tiempo no hace falta tener un delorian, una máquina especial o un microondas conectado a un celular.
A veces para emprender el camino hacia lo anteriormente vivenciado sólo hace falta encontrar los rincones del tiempo. Decidí llamarlo así luego de una melancólica experiencia.
Cuando era pequeña, mis abuelos tenían un kiosco en la puerta de su casa, era el típico negocio de barrio, ese que si bien no estaba abierto todo el día, si ibas te atendían igual.
Recuerdo haber pasado muchas horas ahí con ellos así me daban un alfajor o llevando monedas de 10 centavos a cambio de palitos de la selva.
Ese lugar cerró cuando tenía 14 años. Mi Mami y mi Tata estaban muy viejitos para continuar con el negocio y los Maxikioscos habían llegado a la provincia.
Al principio no me provocó nada ver el lugar con las rejas puestas de forma permanente pero con el paso del tiempo me comenzó a causar tristeza...
Esa puerta, la de la llave articulada, no se abrió en mucho tiempo... hasta que 14 años después mi hija debía hacer un trabajo sobre la historia de San Martín. El mismo debía estar ilustrado y no encontraba imágenes en ningún lado.
Era un lunes feriado, conmemorando el fallecimiento del padre de la patria, cuando acudí a mis abuelitos por ayuda.
Mi querida Mami, de 86 años, estaba sentada en su sillón como siempre. Con una sonrisa amplia y sin dientes me miraba fijo porque a veces le cuesta escucharme. Le pregunté por imágenes de San Martín y no tenía.
Desde la última habitación llegó la voz de mi abuelito, de 91 años. Estaba en cama muy enfermo desde hace un tiempo y fui a ver que necesitaba.
Me dio las coordenadas de donde se encontraba la llave articulada y me indicó el lugar exacto de la ubicación de una cajita.
Emprendí mi búsqueda hacia un tesoro que no imaginaba.
Tuve entre mis manos esa llave y puse la linterna de mi celular, ingresé al kiosco con mezcla de emoción y nervios.
Una gran telaraña me dio la bienvenida, la luz no funcionaba como había imaginado y con la tenue luz de la linterna pude observar otra vez el interior de ese lugar.
Los frascos de caramelos estaban vacíos, habían dos cajas de boobaloo, una rosa y otra verde, las cajitas donde guardaban las monedas, las tapitas de cerveza, las estanterías, las prestobarbas colgadas y varias cajas cubiertas de polvo.
Encontré lo que me habían pedido y regresé siendo consciente que había estado en un rincón del tiempo... un lugar donde los años no pasaron pero el polvo si. Todo estaba en su lugar, como esperando volver a ver la luz.
Volví a la casa de mis abus con la cajita, ahí la abrí y en su interior encontré  gomas de borrar, lápices, papel glacé y muchas figuras de proceres y escenas históricas de la colección Billiken.
Mi Tata me regaló la caja y con mi hija pudimos terminar el trabajo, el trabajo que más que contar la historia de San Martín cuenta parte de la mía.
El tiempo es constante, imparable y veloz, pero se olvidó de pasar por un lugar... se olvidó del kiosco de mi Tata y ojalá no se acuerde nunca más.

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