La historia de Simón - Scaramanzia, cábala de amor virtual

Simón Jofré no era un hincha más del montón. En su apariencia no tenía nada estrafalario, nada fuera de lo normal. El trataba de ocultarlo, pero sabía que tenía un don especial, más que un don era una maldición. Algo que cualquier persona amante del fútbol o de cualquier deporte desearía no tener.

No importaban los jugadores, las decisiones del técnico, el equipo rival, el estado del campo de juego, la presión de la hinchada. El resultado final del encuentro sólo dependía de él.

La vida de Simón no había sido fácil. Esta "maldición" le había costado más de una amistad, unas cuantas relaciones sentimentales, problemas con los vecinos y hasta inconvenientes con la hinchada de su club y la policía. Todo lo que intentara para evitar esta situación se había visto truncado, pero él seguía al pie de la letra todas las cábalas necesarias para que su equipo ganara. Aunque esto no diera buenos resultados.

 El ritual duraba todo el día. Comenzaba al mediodía, cuando Simón abría los ojos, se levantaba y al bajar de la cama tenía que poner sobre el suelo el pie derecho antes que el izquierdo, luego debía ir a ducharse y ponerse el calzoncillo rojo, ese que ya estaba todo percudido y viejo, pero que tendría que seguir usando POR SIEMPRE!!! Leía el diario local, comía algo con su familia, y se ponía la camiseta (qué solo lavaba al terminar el campeonato). Después se guardaba unas chirolas para el chori y la birra de la previa.

Los pibes del barrio lo esperaban temprano. Sabían que era un poco obsesivo y no entendían porqué cada vez que llegaba tenían que tomar 2 cervezas negras y al copón debían pasarlo de izquierda a derecha. Estaba claro que nada de eso funcionaba.

Una hora antes del partido entraba al estadio persignándose y cuando llegaba a la tribuna se ubicaba en el escalón 42 y los subía dando saltitos con un sólo pie. Luego de estar ubicado bajaba a comprar un chori y subía los escalones con el pie contrario. Así era todas las veces, no debía olvidar nada, todo tenía que salir perfecto.

Cuando el árbitro pitaba para dar comienzo al partido, Simón se colocaba los auriculares y en vez de escuchar el partido tenía que poner rock, pero rock nacional nada de banditas yankis. Año a año iba aumentando la cantidad de cábalas, sin obtener resultados satisfactorios. Estaba claro que los días en los que no podía asistir a la cancha, ya sea por trabajo o compromisos impostergables, su equipo triunfaba.


Durante todo el campeonato de ese año, Simón estuvo enfermo. Su equipo había ganados los partidos que necesitaba para ascender. Pero su principal rival también había hecho lo suyo, por lo cual todo se decidiría en un último encuentro.

Tres días antes de la gran final, Simón logró reponerse de sus males y decidió asistir a este decisivo final,

Lo que ocurrió durante esos días quedará por siempre en la memoria de todos. Su abuelo fue el que dió el aviso de alerta. Su "Tata" le anunció a los amigos de Simón que él se había recuperado y que asistiría a la final.

Esta alerta fue el primer golpe a su corazón. Sus amigos intentaron convencerlo para que no asista pero él estaba decidido. Él iba a usar todas las cábalas habidas y por haber, él iba a bañarse en agua bendita, visitar curanderos y hasta hacer las promesas más insólitas del mundo.

Fue entonces, cuando sus amigos decidieron avisar a las autoridades del club. Al principio no los tomaron enserio, pero al ver las pruebas que estos llevaban, decidieron tomar cartas en el asunto. Fue todo un operativo más bien mafioso.

Durante esos días casi lo atropella una auto, lo echaron del trabajo, su casa se prendió fuego y su mujer lo dejó. Toda esta mala suerte hacía que Simón se preguntara si valía la pena estar vivo. Pero si, si lo valía, porque su equipo ascendería y el estaría ahí para verlo.

Nada pudo evitar que ese día Simón asistiera a la cancha. Se tuvo que camuflar porque las autoridades habían empapelado los alrededores con fotos de su cara y habían dado órdenes de que no lo dejaran entrar,

Sin embargo, ahí estaba él, en el escalón 42 viendo al equipo de sus amores. Al minuto 14', el equipo rival marcó el primer tanto. A los 28' clavaron el segundo. La hinchada se estaba impacientando. No podía ser que con tremendo equipo y en su propia cancha estuvieran dos tantos abajo. A los 37' llegó el tercero. A estas alturas el estadio estaba enmudecido y los ánimos caldeados.

Fue entonces cuando Simón tomó una gran decisión, El mayor acto de amor que una persona pueda haber realizado en este mundo, algo más grande que morir por los pecados de la humanidad. Metió sus manos en los bolsillos y al llegar el entretiempo comenzó a descender los peldaños. con la mirada clavada en el suelo apuntó hacia la salida y se fue del lugar.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas, nada de lo que le había pasado durante esos días había sido tan duro como esto. Pero dentro de su corazón sabía que el sacrificio no iba a ser en vano. Él dejó al amor de su vida, lo dejó para que todos pudieran ser felices.

La tarde era gris, las hojas cubrían las veredas de las inmediaciones del estadio. Al atravesar el portón pudo oír como iniciaba el segundo tiempo. Al cruzar la calle oyó a la multitud gritar el primer gol de su equipo. Se fue alejando más y más, con una mezcla de tristeza y felicidad, escuchando los cánticos que tantas veces entonó y que ese día sonaban a despedida.

El equipo consiguió su tan ansiado triunfo. Dio vuelta el partido sobre la hora. Ascendió y todo el pueblo estuvo de fiesta, coparon la plaza principal, cantaron, festejaron y fueron felices. Pero alguien no estuvo ahí. Algo faltó desde ese día y para siempre. Nadie volvió a ver a Simón. Su familia aún se pregunta por su paradero.

Su equipo hoy juega en primera. Está claro que no volvió a pisar la cancha. El sacrificio de este hombre quedó por siempre en los corazones de todas las personas que asistieron ese día al partido. El amor que él sentía por esos colores era tan grande que nadie pudo igualarlo.

Hoy el estadio lleva su nombre, aunque él jamás vuelva a ese lugar y nadie nunca jamás lo vea nuevamente.





Este es un pequeño cuento que escribí, espero que les guste. Sé que no tiene mucho que ver pero un día como ayer de hace 8 años atrás, mi club ascendió a primera por primera vez. Las sensaciones que experimenté ese día no se comparan con nada. A ese club quiero dedicarle este escrito. Te amo Verdinegro de mi corazón!!!

Comentarios

  1. Que bajón... pobre Simón :( debe vivir en las orillas del mar, en su casita en la playa debe pasar sus días, mirando vacío, perdido, hundido en la psiquis de un naufrago, único y eterno, con él mirando al mundo como quien mira por una ventana, y el mundo lejano, sórdido, como salido de una pintura surrealista...

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