El interruptor de lo absurdo

Habían momentos en los que estaba segura que lo que él buscaba no era amor, no era compañía, no era felicidad. 
Lo que él quería iba más allá de eso. Supongo que era una necesidad, como alimentarse, como hacer pis y caca, pero su necesidad era distinta. Lo que él necesitaba era tristeza en su mundo. 
En esa habitación de paredes blancas vacías que de a poco creía estar llenando de fotografías sonrientes, era allí donde residía la soledad aterradora que todo el tiempo ponía al borde del abismo a su tranquilidad, a su corazón.
Era como si hubiese un interruptor que activaba los malos pensamientos, la desconfianza y la falta de seguridad.

El interruptor de lo absurdo, es el nombre que decidí darle tras años y años de analizar de a poco la situación. Hice experimentos, encuestas, recolecté datos y no pude llegar a determinar un motivo exacto del porqué esto ocurría. 
No había nada que pudiera hacer para anticiparme a estos hechos, como tampoco hay algo que detecte que un temblor está por azotar a una ciudad firme, con cimientos fuertes y reducirla a un montón de escombros. 
Las grietas ocasionadas en el suelo se agrandaban más y más tras cada nuevo sismo y así fue como uno quedó de un lado y el otro en el contrario. Enfrentados, separados por un oscuro y profundo vacío que amenazaba con crecer.

La pangea comenzó a dividirse. 
Las distancias no fueron motivo para dar por finalizado tan arriesgada y profunda selección de sentimientos hacia el otro, pero para volver a estar en un punto óptimo era necesario acercarse con mucho esfuerzo  y no sin unas cuantas pruebas que la naturaleza ponía a su paso.
Pero hasta Mahoma un día se cansó de ir hasta la montaña y eso...¿Era su culpa?
NO



Comentarios