Carlos tenía ese don, ese carisma que le permitía hacerse amigo de toda persona que se le acercara en cuestión de segundos. Siempre con una sonrisa, una canción y una cerveza estaba dispuesto a escuchar a todos, sin juzgar.
La mayoría de las veces la vida no es justa y así fue cómo el amigo del barrio terminó en grave estado de salud por un accidente de tránsito en el que nunca lograron identificar a un responsable directo.
Los días más difíciles de su vida estaban comenzando y allí estaba toda esa gente que fue parte de su juventud en la puerta del hospital. Algunos rezaban, otros recordaban anécdotas vividas y pese a la complicada situación, al hablar del Carlitos a todos se les iluminaba la mirada.
Con mucha dificultad su salud se estabilizó a medias. Los médicos le dijeron que sus piernas ya no lo llevarían al centro del pogo más grande del mundo a empujarse con sus amigos y su sonrisa poco a poco comenzó a apagarse.
¿Si lo intentó? Vaya que lo hizo. Comenzó a pintar sets de mates para ganarse unos mangos y ayudar a su familia, se puso una verdulería en su casa y fue a rehabilitación, pero a veces, cómo él mismo dijo, hubiese sido mejor estar muerto.
El día a día hizo que sus amistades no estén siempre presente, su estado de ánimo tampoco ayudaba y cuando alguno iba de visita su cara no era la mejor y terminaba ahuyentando a aquellos que querían ir a compartir vestigios de lo que fue su amistad.
Cerca de cuatro años pasó yendo de la cama a la silla de ruedas, sin poder siquiera movilizarse al baño por sus propios medios. Si bien hubo momentos de felicidad, no fueron los suficientes y su rostro ya no era el mismo. La sonrisa, esa que aparecía por momentos, no era real.
Un día, su sueño se cumplió y finalmente falleció. Internado en grave estado manifestó más de una vez que ya no quería sufrir más, que debería haber terminado su vida en ese accidente y ser recordado con alegría, pero la vida lo despojó de todo y el ya se había cansado de luchar. Entubado y con complicaciones severas, su cuerpo dijo basta. Su espíritu se liberó y cómo dicen en el ghetto, ahora alienta desde las plateas más altas.
La mayoría de las veces la vida no es justa y así fue cómo el amigo del barrio terminó en grave estado de salud por un accidente de tránsito en el que nunca lograron identificar a un responsable directo.
Los días más difíciles de su vida estaban comenzando y allí estaba toda esa gente que fue parte de su juventud en la puerta del hospital. Algunos rezaban, otros recordaban anécdotas vividas y pese a la complicada situación, al hablar del Carlitos a todos se les iluminaba la mirada.
Con mucha dificultad su salud se estabilizó a medias. Los médicos le dijeron que sus piernas ya no lo llevarían al centro del pogo más grande del mundo a empujarse con sus amigos y su sonrisa poco a poco comenzó a apagarse.
¿Si lo intentó? Vaya que lo hizo. Comenzó a pintar sets de mates para ganarse unos mangos y ayudar a su familia, se puso una verdulería en su casa y fue a rehabilitación, pero a veces, cómo él mismo dijo, hubiese sido mejor estar muerto.
El día a día hizo que sus amistades no estén siempre presente, su estado de ánimo tampoco ayudaba y cuando alguno iba de visita su cara no era la mejor y terminaba ahuyentando a aquellos que querían ir a compartir vestigios de lo que fue su amistad.
Cerca de cuatro años pasó yendo de la cama a la silla de ruedas, sin poder siquiera movilizarse al baño por sus propios medios. Si bien hubo momentos de felicidad, no fueron los suficientes y su rostro ya no era el mismo. La sonrisa, esa que aparecía por momentos, no era real.
Un día, su sueño se cumplió y finalmente falleció. Internado en grave estado manifestó más de una vez que ya no quería sufrir más, que debería haber terminado su vida en ese accidente y ser recordado con alegría, pero la vida lo despojó de todo y el ya se había cansado de luchar. Entubado y con complicaciones severas, su cuerpo dijo basta. Su espíritu se liberó y cómo dicen en el ghetto, ahora alienta desde las plateas más altas.
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